Cuando el bípedo implume descubre su desnudez, su cariz de animal lujoso, de inútil y prolija artificialidad, ni el ascetismo ni la contemplación estética lo salvan —todas las moradas se derrumban—. Puede buscar cobijo en la utopía, en el vórtice hermético del olvido, o bien puede instalarse en la intemperie y consolarse con la literatura —ese verdugo que lo aparta del mundo y, a la vez, lo redime de todo lo que le ha quedado a deber la vida—. La postura erguida cede. Se abre paso la triunfal caída.
Jorge Armando Martínez Primer Cuadro