Mis padres se divorciaron hace casi siete años y uno de ellos se volvió a casar.
Yo tenía 26 años y eso me marcó y me rompió de muchas maneras.
Uno cree que por ser adulto no le afectará el divorcio de sus padres y la realidad es que duele un chingo sin importar la edad. Duele por todo lo que conlleva.
Tengo la necesidad de escribir sobre esta inmensidad de sentimientos acumulados.
Se lo debo a mi yo de 26 años pero también a las personas que pasan o han pasado por esto, para que se sientan un poco menos solas. Porque ellas y yo conformamos el «Club de amigos con papás divorciados».
L.O.
Laiza Onofre Editorial Universitaria UANL