Dios en la tierra, Dios vivo y enojado, iracundo, ciego como él mismo, como no puede ser más que Dios, que cuando baja tiene un solo ojo en mitad de la frente, no para ver sino para arrojar rayos e incendiar, castigar, vencer. Un dios que preside sobre un mundo donde Cristo (bal) es muerto por el pueblo que achaca todos los males al ciego, donde el maestro rural es empalado y los hijos de los protestantes molidos a machetazos, donde mendigos y prostitutas son quienes sienten su lugar a lado del proletariado en lucha, donde el cólera corta de tajo la esperanza de apostar la vida en la evasión. Una escritura al borde: de la muerte, del conocimiento, del caos, del exceso.
José Revueltas Era