Un texto asombroso, desbordado de información y digresiones.
La mitología era poética y florida. La medicina, primitiva, religiosa y desesperada. La razón, elusiva. El miedo, permanente. Leyendo a Monteverde pareciera que la humanidad no puede salir de la barbarie. Y ahí, en medio de historias barrocas, que tienen hilos y noticias que las conectan a lo largo de la historia del género humano, brilla de repente la épica de la medicina. Estamos ante un texto asombroso, desbordado de información y digresiones, donde se mezclan arqueología, historia, física, religiones, biología, navegación, toxicología, filosofía, poesía, moda. Por aquí pasan todos y todo: uno descubre fascinado que la iluminación de san Pablo en el camino de Damasco tiene que ver con la epilepsia del lóbulo temporal, que el Holocausto se inicia en las colonias alemanas de África al comenzar el siglo XX, que la manzana de Eva bien pudo ser un higo, y cuál es la génesis de la varita mágica. También nos enteramos de que 76% de los heridos en La Ilíada y La Odisea inevitablemente morían, que el psicoanálisis freudiano no era apto para la clase trabajadora, que el ministro de Gobernación de Victoriano Huerta era un médico asesino, y que Hugo Boss manufacturaba los uniformes de los nazis. Monteverde practica el amor a las etimologías, las disquisiciones filosóficas, y busca explicaciones y causas a todo. Caen como mazazos sus certezas y sus manías, y permanentemente aparecen metáforas magistrales, “los relojes de sol se ensombrecieron, el agua de las clepsidras dejó paso a la del bautizo”.
Eduardo Monteverde Crítica