La sirenita solo deseaba encontrar al joven príncipe; cuando el navío se partió en dos, lo vio sumergirse en las profundidades del mar. Por un instante sintió una intensa alegría al saber que él bajaría a su mundo, pero luego recordó que los humanos no podían vivir en el agua y que la única forma en que entraría al palacio de su padre sería como un cadáver.
Hans Christian Andersen Austral